Por Emiliano Damonte Taborda
El tribunal sentenció a la vicepresidenta de la Nación a 6 años de prisión y la inhabilitó de forma perpetua para ejercer cargos públicos; el fallo pone en primer plano una causa por corrupción en los niveles más altos de la administración estatal; dentro de 30 años, tal vez a nadie se le ocurra cuestionar el juicio que sentó a Cristina Kirchner frente a la realidad de lo llevado a cabo durante su estadía en el poder
Un ejercicio obligado en este país de las mil refundaciones, es el de levantarse y mirar alrededor para ver que es lo que ha cambiado de ayer a hoy. Es que nos venden siempre que a partir de cierto momento, las cosas cambiarán para siempre y viviremos en un país distinto.
Los sistemas complejos casi nunca funcionan de esa manera, y si hay algo complejo eso es nuestro país.
Ayer condenaron, entre otros, a Cristina Fernández de Kirchner a 6 años de prisión y la inhabilitaron de manera perpetua para ejercer cargos públicos por administración fraudulenta. Más allá del hecho de que se trata de una condena en primera instancia ¿Se trata verdaderamente de un hito en la historia argentina?
Cambio de paradigma
Para el tribunal, Cristina y Lázaro Báez, obtuvieron un “beneficio ilegítimo” a partir de una “extraordinaria maniobra fraudulenta”. Todo sabemos que la corrupción es algo repudiable desde siempre. Pero a fuerza de mostrarnos hechos de corrupción impunes, hemos relajado nuestro parámetro moral.
El “roban pero hacen” que de una manera velada ha justificado hechos de corrupción de diferentes tintes políticos, es el equivalente histórico del “por algo se lo llevaron” que tranquilizó las conciencias de millones durante los años 70. Así planteado, el proceso que terminó en la condena a la vicepresidenta, es el equivalente actual del juicio a las juntas.
Alguno se rasgará las vestiduras y me acusará de banalizar lo sucedido durante la última dictadura en nuestro país. A ese le responderé que él, está banalizando la corrupción.
En los años 70 destrozaron nuestras vidas, en particular la mía quedó sesgada para siempre. Mi padre se fue del país perseguido por el gobierno de Videla. Todavía recuerdo a los policías interrogando a mi madre cuando vinieron a buscar a mi viejo, recuerdo a mi madre vaciando media biblioteca en el incinerador esa misma noche y recuerdo su decisión de no irnos a ningún lado, casi como jugada a lo que pudiera pasar. Nunca volvieron, miles no tuvieron la misma suerte. Mi vida cambió para siempre.
El juicio a las Juntas fue sostenido y defendido con fiereza por hombres que se jugaron la vida contra asesinos, hoy las cosas desde ese punto de vista adquieren un tinte un poco menos dramático. Son muy pocos los que hoy en día se atrevería a cuestionar la legitimidad y la necesidad que hubo de juzgar a las Juntas. Sin embargo, en su momento, fue un tema que dividió a la sociedad de manera tajante. Es conocido que la misma madre del Fiscal Strassera estaba en contra de juzgar a los militares, por no hablar del peronismo entero prácticamente y sectores amplios de la sociedad que consideraban que no era ese el camino que debía seguirse para encontrar la tan deseada “unidad nacional”.
La corrupción, el mal de nuestro tiempo
Una característica siniestra de la corrupción, es que no es posible identificar a sus verdaderas víctimas, y por lo tanto, nunca podrá resarcirse de manera consistente a nadie por lo sufrido.
Hoy el proceso llevado adelante por los Fiscales Luciani y Mola generará mucho ruido, ofensas infinitas y adhesiones fervorosas. Habrá gente que saldrá a la calle a protestar con sincero desdén por la condena a Cristina y considerará que hoy vive en un país menos justo, y también habrá quién hoy sienta que el aire es más respirable, y lo sentirá con la misma sinceridad.
Pero lo cierto aquí, es que finalmente se ha juzgado y llevado hasta el fondo, una causa gigantesca con hechos de corrupción claramente establecidos, sobre cuya responsabilidad se ha discutido en un juicio oral que han visto millones de argentinos. Creo que este es el verdadero hecho histórico, la verdadera marca de nuestro tiempo.
Dentro de treinta años
Dentro de treinta años, tal vez a muy pocos se les ocurra cuestionar el juicio que sentó a Cristina Kirchner frente a la realidad de lo llevado a cabo durante su estadía en el poder. Y si dentro de 30 años, a nadie en los más altos cargos del Estado se le ocurre salir a la calle con un bolso con 8 millones de dólares, o inventar una “ocupación plena” en un hotel de la Patagonia para lavar dinero, o traer un bolso desde Venezuela con un palo verde, o pagarle como completa una obra nunca iniciada a un contratista del Estado, o hacer una contratación directa millonaria al que hasta ayer era un cajero de banco, si dentro de 30 años le ahorran a nuestros hijos estas porquerías de fajos termosellados de guita en efectivo, si dentro de 30 años al menos nos ahorran este horror que le ha costado al país sangre, sudor y lágrimas que nunca serán resarcidas, tal vez haya que agradecerle a los Fiscales Luciani y Mola, a quienes no conozco ni me interesa conocer, ni saber de que cuadro son, ni sentarme a tomar un café con ellos. Me alcanza con que hagan su trabajo.
Tal vez, algún día haya que agradecer que alguien haya considerado que la corrupción no es una herramienta de gestión, sino que es un instrumento siniestro que mata, que expulsa, que destruye vidas y que como toda injusticia, pagan siempre, pero siempre, los más débiles.