Por Guillermo Pérez
Si los empleados de Citrícola Ayuí advierten que van por el camino de Pindapoy, es porque temen lo peor para esas 350 fuentes laborales. Y si como advierten los citricultores no se cosechará parte de la producción citrícola, el impacto sobre el mercado laboral será catastrófico.
Según fuentes gremiales, la zafra ocupa alrededor de 40 mil personas en Concordia y la región. Es inimaginable que se pueda absorber semejante impacto. Entre las noticias oficiales no se destaca ninguna que hable de que se esté preparando un salvataje o un plan de emergencia que permita en el último minuto un viraje salvador. En rigor, de empleo no se habla.
En materia de empleo, Concordia no ha vivido ninguna transformación histórica. Concordia entró en una pendiente interminable en la década de los 70 y nunca se ha detenido. Concordia necesita 15.000 fuentes de trabajo para suplir las por lo menos 8.000 que ha perdido en este derrotero y para cubrir su crecimiento vegetativo desde entonces. Más que nunca gobernar será generar trabajo. Trabajo genuino. Diversos paliativos se han intentado desde entonces, especialmente absorbiendo mano de obra en el Estado, de manera engañosa porque es mano de obra que no produce. Si se pudiera medir el Producto Bruto Geográfico concordiense se encontraría que el aporte laboral es pobrismo, muy lejos del «fifty – fifty» (participación del asalariado en la mitad de la generación del Producto Bruto) soñado por la Presidenta.
De acuerdo con los datos publicados por el Indec, Concordia tiene una población estimada de 159 mil habitantes, de los cuales sólo 60 mil conforman la Población Económicamente Activa (PEA), aquella que trabaja o pretende hacerlo. Con tres mil desocupados, 57 mil concordienses sostienen a los otros 102 mil. Poco más de un tercio, precisamente el 36,2%, sostiene a los otros dos tercios.
En Argentina sólo en Buenos Aires, y en general en el resto de los países de la región, la denominada Tasa de Actividad, la que vincula la población total con la población activa, es del orden del 50%. Una mitad sostiene a la otra mitad que no trabaja porque es parte de la estructura social, fuera del mercado laboral. En los países desarrollados la tasa de actividad está por encima del 60% y en algunos pocos países europeos llega hasta el 80%. En Concordia, un tercio sostiene a los otros dos tercios.
Como agravante, la fuerza laboral de Concordia está ocupada en lugares de baja productividad.
El esquema de la fuerza laboral de Concordia es bastante sencillo. A grosso modo, de acuerdo con fuentes gremiales, de las 60 mil personas que integran la Población Económicamente Activa, unos 40 mil pertenecen a la zafra (citrus y arándano), 5 mil son empleados públicos, 5 mil empleados de comercio, unos 2 mil en la construcción y el resto se reparte entre empresarios, cuentapropistas y las demás categorías.
Más allá de que la tasa de actividad de Concordia es de las más bajas del país, la oferta laboral de Concordia es de muy mala calidad: en general empleo precario y temporario, mal calificado y probablemente también mal remunerado.
Concordia vivió un derrotero de golpes en materia laboral que la hirieron gravemente: el cierre del frigorífico Cap Yuquerí dejó 2.500 empleados en la calle, el de Pindapoy otros 1.200 y el vaciamiento del Ferrocarril unos 2.500, con lo cual se le arrebataron más de 6 mil puestos de trabajo directos formales y bien remunerados.
El proceso económico que se puso en marcha en 1976, que Carlos Menem perfeccionó y que hasta ahora nadie revirtió, le quitó a la población primero el trabajo, después le dio Educación de mala calidad y después intentó convencerla de que no hacía falta trabajar, que con comedores, asignaciones y planes se podía subsistir. Así la familia se disgregó, se perdieron los modelos a imitar de padres yendo al trabajo y el entorno social se enrareció cada vez más.
Cuando en 1996 Concordia apareció al tope de las estadísticas de desocupación, después de más de 10 años que no se hacía el relevamiento, se encendieron todas las alarmas y se pusieron en marcha los paliativos para maquillar esas cifras.
Aparecieron los planes de emergencia laboral con diferentes nombres, pero todos con el mismo objetivo de cambiar para que nada cambie.
Con el argumento de que el empleo es un resorte afectado por las decisiones macroeconómicas a nivel nacional, a nivel local no se hizo lo suficiente para modificar esa realidad.
De acuerdo con las estadísticas, en 1980 Concordia tenía un 1,2% de desocupación (considerado pleno empleo), con una tasa de actividad superior al 40% y una población estimada en 100 mil personas.
Pero el declive ya había comenzado. Las políticas aplicadas en la década del setenta agotaron el sesgo industrialista y el Estado benefactor desaparecía.
El fallecido padre Andrés Servín, párroco de Gruta de Lourdes en el empobrecido sur de la ciudad, al referirse a la realidad de Concordia, se preguntaba: ¿En 1996 éramos la ciudad más pobre del país, hoy somos la segunda. Qué pasó que no pudimos salir de esta situación teniendo recursos?».
«Ya han pasado 31 años de democracia y seguimos siendo la segunda ciudad más pobre del país. Eso tiene que decirnos algo a todos» reflexionó.
«En 1996 aparecimos como la primera, hoy estamos en segundo lugar; pero es triste cuando uno ve que no hay herramientas para que esto se revierta, seguimos con problemas de trabajo. Lo que está instalado es el caos para ubicarse; para arreglarse cómo vivir; el que provoca la violencia, la droga y también la corrupción», enfatizó.
El sur de la ciudad vivía hace más de 30 años del frigorífico Cap Yuquerí y sus derivaciones. «Nos falta un proyecto de ciudad de veras», interpretaba el padre Servín. «Ojala que mucha gente se lo plantee y que, de alguna manera, decidan llevarlo a cabo», dijo Servín y agregó: «Concordia merece que su población, que sus dirigentes realmente se proponga vamos a hacer un proyecto de ciudad, vamos a ver qué priorizamos, vamos a ver qué pasa con las fuentes de trabajo que se cierran, con el trabajo en la fruta que ha terminado antes».