Estamos ante la triste realidad, una que no podemos evitar y que tiene múltiples manifestaciones cada día más evidentes, de un país que no invierte en infraestructura hace décadas y que se va quedando viejo y obsoleto, berreta, incapaz de cubrir las necesidades esenciales de sus habitantes y mucho menos de protegerlos.

Ante lo inexorable solo nos queda Dios
Alguna vez escribí sobre los choques, esos momentos en los que ya no es posible evitar toparse de manera violenta con las consecuencias materiales de los procesos. Las chances de esquivar el desenlace se reducen exponencialmente en la medida en la que nos acercamos al impacto, y en los últimos momentos solo nos es permitido agarrarnos fuerte y rezar, siempre que se tenga la suerte de tener fe.
La entropía nos condena
El segundo principio de la termodinámica establece que la entropía de un sistema cerrado aumenta con el tiempo, lo que en palabras sencillas significa que las cosas en este universo tienden a desordenarse. Esto establece una dirección de los eventos universal, de ordenado a desordenado, de caliente a frío, de jóven a viejo, de nuevo a vetusto. Nada escapa al segundo principio de la termodinámica, todas nuestras luchas por no envejecer o por mantener el cajón de los calzoncillos ordenado son contra este principio, y están irremediablemente condenados a fracasar. El desorden tiene al tiempo jugando de su lado.
Una esperanza temporal
Pero hay una lábil, temporal esperanza. El trabajo, al menos momentáneamente, puede vencer a la entropía, que también es concebida como “pérdida de información”. Por medio del trabajo podemos “abrir” el cajón y agregar información al sistema “cajón de los calzones”, para luego verlo de nuevo ordenado y prolijo, al menos de vez en cuando, o al menos en la medida en la que estemos dispuestos a trabajar para esto.
No me ha sido posible en estas semanas escapar a la sensación de vivir en un país vetusto, con problemas que se acercan cada vez más a un punto irreversible y por los que no se hace nada hace décadas y no se está haciendo nada por el momento.
Un país con infraestructura vetusta
Argentina en promedio posee una red vial que daría la impresión de inadecuada incluso para un país agroexportador del siglo XIX, imaginemos para uno del siglo XXI. Hice un viaje a Entre Rïos por la ruta 14 hace unas semanas que fue una experiencia de realismo socialista: todo pozos y parches, el principal corredor del Mercosur.
Hace unos días un corte de luz, fruto de décadas de desinversión, de políticas tarifarias populistas y de vaciamiento de competencias técnicas de los organismos de control (estrategia típica de la corrupción), afectó a unos 2 millones de personas y tuve la sensación de estar viviendo una novela distópica. Por suerte duró solo algunas horas y ya llegó el fresquito y podemos dejar de preocuparnos por eso por unos meses. Esperemos que no pase más…
Todavía no me había olvidado del corte de luz y de la ruta 14, cuando la retirada de un verano que terminó con temperaturas elevadísimas, provocó un temporal brutal que se llevó puesta literalmente a la ciudad de Bahía Blanca, y entonces lo que era una sensación incómoda se transformó en una desoladora certeza. Toda la desidia de décadas de abandono de la que la Provincia de Buenos Aires ha sido víctima quedó brutalmente expuesta. Remitirse a La Plata 2013 es inevitable.
En manos de la Providencia
La provincia de Buenos Aires es un distrito atravesado por cursos de agua en toda su extensión, que es también salida al mar de otros sistemas, y que parece haber quedado paralizado en el tiempo descansando en su fe en la Divina Providencia. Por algún motivo no tiene un plan integral de obras hidráulicas, parece que creen que no hace falta.
Por qué y cómo evitar que se repita
En la industria, cuando algo sale mal hay dos cosas fundamentales que determinar con urgencia: por qué pasó y cómo hacer para que no vuelva a pasar. En la Argentina esto no parece tener relevancia. Lo importante es mandar colchones y que la sociedad tenga la impresión de que nos estamos ocupando, esperando que la próxima vez que pase ya esté otro en el Gobierno. Es importante destacar excepciones como la Ciudad de Buenos Aires, que trabaja hace ya dos décadas en la prevención con un complejo plan de infraestructura y que calcula el cambio climático como factor.
Triste realidad
Hubiera sido al menos de consuelo que Axel Kicillof se hubiese presentado el día después de la catástrofe con un plan integral de Obras de la Provincia. Hasta hubiera sido comprensible que no estuviera ejecutado al cien por ciento, e incluso le hubiera servido para poner en evidencia las debilidades de la postura del Gobierno Nacional en materia de obras públicas. Pero la verdad es que no lo tenía, ni lo tiene, ni creo que vaya a tenerlo.
Bahía Blanca nos deja ante la triste realidad, una que no podemos evitar y que tiene múltiples manifestaciones cada día más evidentes, de un país que no invierte en infraestructura hace décadas y que se va quedando viejo y obsoleto, incapaz de cubrir las necesidades esenciales de sus habitantes y mucho menos de protegerlos. Sin programas, sin políticas de Estado, sin objetivos, sin controles y sin cabezas idóneas, seguimos discutiendo si el que roba puede gobernar, o si el que gobierna puede robar, cosas que había resuelto Hammurabi unos 3700 años atrás (sabía un montón de hidráulica también). Hace poco Guillermo Pérez del diario Redesdenoticias.com.ar me dejó una definición que me pareció interesante: no somos una república bananera porque la naturaleza no nos acompaña.
Salutación
Acostumbrados como estamos a apechugar, sigamos con nuestro mantra…incomodidad, espíritu crítico, acidez estomacal, que se les rompa el sillón, el banquito o la reposera (siendo verano que se les vuele la sombrilla), les auguro dolor de ancas e inflamación del ciático para que no se queden tranquilamente sentados en los miedos del pasado, los relatos del presente y las promesas del futuro, y más que nunca: solidaridad, empatía, respeto por la dificultad del otro, generosidad y paciencia, espíritu crítico que más no se pueda, ojos abiertos y equilibrio emocional, les augura El Aguijón.