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La “verdad” ha muerto, solo nos salvará la empatía – Emiliano Damonte Taborda

Huérfanos de la verdad, como nunca son necesarias en nuestra cotidianeidad, empatía, consideración, gentileza, compasión, amor y respeto. Y este es el mensaje de navidad del Aguijón, uno que espera en lo mejor del ser humano, en lo que cada tanto hace que nos sintamos orgullosos de serlo y nos convierte en seres plenos, al menos por un rato.

Friedrich Nietzsche
Nietzsche mira hacia el costado

La verdad como concepto absoluto, ha muerto con Dios hace mucho tiempo. La desesperación que deja atrás semejante acontecimiento es de una profundidad tal, que muchos aún juran que está viva, un poco como un Cristo moderno que salvará a sus fieles. ¿El mensaje de navidad del Aguijón proclama que Dios ha muerto? Con Dios el Aguijón no se mete, no se le anima; pero el mensaje de Navidad del Aguijón proclama que “la verdad” ha muerto, y esto sucedió hace mucho tiempo ya.

Muerte de la verdad

Friedrich Nietzsche nos contó hace rato que no existe “una verdad”, sino una multiplicidad de acercamientos a las cosas, de interpretaciones del hecho, de puntos de vista al respecto.

«la realidad se reduce exactamente a esta acción y reacción particulares de cada individuo respecto al conjunto»   

Friedrich Nietzsche

Esta reducción de la “verdad”, que queda atada a la acción y reacción del individuo, es su sentencia de muerte, y tal vez la de ese Dios que nos creó. Esta horfandad se ha manifestado en nuestras vidas de múltiples maneras, y ha ido dejando vacías de significado a muchas de nuestras más altas instituciones. En lo personal creo que eso es lo que ha pasado con los Sacerdotes de la Noticia Objetiva, que predican que hay un hecho y que puede ser relatado de un modo unívoco que refleja “la realidad”.

Verdad y poder

Foucault le agrega a este panorama un mensaje aún más desesperanzador. Es que el francés nos dice que habiendo una multiplicidad de verdades, la que se establecerá en este mundo (que busca la verdad unívoca porque no es capaz de aceptar su muerte), será la verdad del más poderoso. La del que grita más fuerte, la del que imprime más ejemplares, o la del que tiene más visitas, o más pauta, o más seguidores.

Dejemos en paz al cadáver de la vieja “verdad”

La fragmentación de una sociedad, tal como se ha verificado en este período de la Historia argentina, puede ser una buena oportunidad para que soltemos de una vez por todas el cadáver de la vieja “verdad” y aprendamos a convivir con este mundo de múltiples realidades en las que ninguna tiene poder suficiente para eliminar a todas las demás.

Desde mi interpretación del mundo es imposible entender la interpretación de mi vecino, que obviamente no entiende “la realidad”. Pero lo que no entiende este vecino es “mi realidad”, del mismo modo en que yo soy incapaz de entender “su realidad”. El concepto es bastante sencillo, tanto que parece mentira que haya podido causar prácticamente todos los problemas de la humanidad.

Empatía

Creo que como nunca en la Argentina tenemos la oportunidad de aprender que «mi» existencia y la supervivencia de «mi» verdad, no excluye y en ningún caso puede excluir, la existencia y la supervivencia de la verdad de mi vecino, mutable y frágil cuanto la mía. Sin verdad absoluta no significa sin reglas, sino tal vez por el contrario, con necesidad de muchas más que nos permitan encajar unas con otras, las casi infinitas realidades que componen a una sociedad. Estas reglas solo podrán establecerse de manera sostenible, si se establecen en la contemplación de la realidad del otro; de todos los otros, de los cuales nosotros, no somos más que uno. Tal véz sea hora de que enterremos las cruzadas por una verdad, que aymé, tal vez nunca haya existido, y en todos caso, está muerta hace mucho tiempo.

Mensaje de Navidad de El Aguijón

Como nunca, decía, son necesarias en nuestra cotidianeidad, empatía, consideración, gentileza, compasión, amor y respeto. Y este es el mensaje de navidad del Aguijón, uno que espera en lo mejor del ser humano, en lo que cada tanto hace que nos sintamos orgullosos de serlo y nos convierte en seres plenos, al menos por un rato.

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