(Por Osvaldo Bodean, publicado por www.elentrerios.com) Tal vez cueste imaginar que allí donde un empresario privado acaba de montar una discoteca funcionó uno de los puertos más florecientes de la Argentina. Mucho más difícil resulta intentar explicar qué le pasa a una comunidad como la de Concordia, que acepta con callada resignación tan singular metamorfosis.
Es cierto que las comparaciones entre el pasado y el presente suelen ser odiosas e incluso injustas, porque los contextos que explican los hechos nunca son los mismos. Aún así, establecer un diálogo con el ayer, saber de dónde venimos y quiénes supimos ser, puede ayudar a enriquecer el debate sobre lo que hoy somos y en qué nos queremos convertir.
¿Qué diría Don Mariano Querencio, uno de los grandes administradores de la aduana y del puerto concordiense allá por la segunda mitad del siglo XIX, si viera este presente, en el que los barcos, las miles de toneladas en mercaderías, los cientos de trabajadores, el ruido de los transportes de carga yendo y viniendo, trocaron en música estridente, alcohol y diversión?
¿Qué pensaría Don Guillermo Laurens, capitán de la sumaca de guerra San Juan Bautista, a quien el gobierno nacional confió en 1863 una difícil y estratégica misión: destruir el «arrecife» de paso Corralito, de manera tal de asegurar la navegabilidad hasta el Puerto de Concordia?
¿Cómo reaccionaría Don Federico Zorraquín, que en 1859 firmó una carta reclamando que el Puerto de Concordia se mudara desde la barra del Yuquerí hasta la desembocadura del Manzores para agilizar las descargas y para que la población se contagiara de la «animación» y del «movimiento» portuarios? ¿Cómo explicarle que desde hace muchas décadas ya no hay puja entre una y otra ubicación, porque los dos puertos dejaron de existir, y la única «animación» esperable en este 2017 es la que pueda generar un señor adinerado, que a veces luce camisas a lunares, que tiene el hobby de pasar música en las discos que instala aprovechando bienes del Estado en desuso?
EN SU GÉNESIS, CONCORDIA FUE PUERTO
Sobran antecedentes para entender hasta qué punto, en su génesis, Concordia y su puerto fueron una misma cosa.
En 1838, cuando la ciudad ni siquiera había cumplido 10 años, en solo un mes habían salido 22 embarcaciones, según una planilla rescatada por Heriberto María Pezzarini y Rosa María Reissenweber, autores de la Historia de Concordia, un libro que ya lleva cuatro tomos y que debería ser de lectura obligatoria en las escuelas.
Y aquello era sólo el comienzo. Por ejemplo, entre 1882 y 1883, al Puerto de Concordia ingresaron 2.243 buques.
LA TERCERA ADUANA DEL PAÍS
Es probable que ni los chicos que van a bailar a la flamante discoteca, ni tampoco sus padres y ni siquiera sus abuelos, intuyan que Concordia nació esencialmente como puerto y que, allá por el año 1879, era tal su pujanza que la localidad fue elegida para ser sede de la tercera Exposición y Feria Industrial Agrícola y Ganadera. La primera se había hecho en Córdoba y la segunda en Buenos Aires.
Otro dato habla por sí mismo: la aduana de Concordia llegó a ocupar en 1880 el tercer lugar en el orden nacional, sólo superada por Buenos Aires y Rosario.
Pero fue recién en 1904 cuando el puerto, con la fisonomía que aún hoy conserva, fue formalmente inaugurado, unos metros más al sur del Manzores. Lo paradójico de aquella obra es que llegó tarde, porque fue construida justo cuando la navegación por el río Uruguay hasta Concordia había comenzado a declinar por la falta de calado, crisis que el tendido de las vías ferroviarias a Buenos Aires profundizaría aún más.
NI BARCOS, NI TRENES: SÓLO CAMIONES
Pareciera que la suerte concordiense ha estado siempre atada a las políticas nacionales sobre los medios de transporte.
Nació y se volvió pujante en el siglo XIX con el apogeo de los barcos. Pudo luego subirse a la locomotora del progreso al ser sede del Ferrocarril General Urquiza. Pero al acercarse el fin del siglo XX, se quedó ya no sólo sin buques sino también sin trenes, apostando todo a la ruta 14 y a un aeropuerto de cargas que por ahora es sólo un anhelo.
Y es que a diferencia de tantos países exitosos donde los diferentes medios de transporte se complementaron y potenciaron unos con otros, Argentina incurrió en el despropósito de quedarse sólo con el camión, un modelo que perjudicó sobremanera a ciudades como Concordia, cuyo surgimiento y posterior crecimiento habían dependido de la navegación y el ferrocarril.
CONFESIÓN: EL TRAJE A MEDIDA
Lo cierto es que, sin chistar, como si nada, la ciudad acaba de aceptar que su viejo puerto, que es un bien público y algo así como un ícono de la Concordia de los orígenes, sea usufructuado por el empresario Miguel Marizza con una discoteca que dice ser la más importante de la costa del río Uruguay.
En una entrevista con el periodista Oscar Londero, el «inversor» contó que funcionarios de la anterior gestión municipal, conducida por el entonces intendente Gustavo Bordet, lo fueron a buscar. «Querían hacer algo con los galpones (. . .), tenían la idea de que se armara una guardería náutica y un complejo gastronómico junto con la confitería bailable. Eso lo charlamos porque con los boliches surgen problemas cuando quieren tener espectáculos públicos y aparecen los inconvenientes con las habilitaciones. Entonces, cuando se habló del tema, dijimos que si la habilitación salía para poner una confitería bailable con comedor, entonces nos presentábamos. Para espectáculos públicos no, porque no te cierran los números».
A confesión de parte, relevo de pruebas. La ordenanza que dispuso el llamado a licitación fue un vergonzoso traje a medida, que la actual gestión municipal dice no haber tenido otro remedio que obedecer.
Y fue así como desde las primeras horas de 2017, la Prefectura Naval Argentina intenta adaptarse a esta incómoda realidad: la barrera que antes controlaba el ingreso a la zona del puerto le sirve a los patovicas de un boliche bailable para revisar las «pulseras» que acreditan el pago de la entrada.
Y los profesores de los colegios concordienses tal vez muy pronto se encuentren con alumnos que identificarán al tierno y sabio Principito de Saint Exupery y su asteroide no con un libro imperdible, al que vale la pena aprender de memoria, sino con el lugar a donde amanecer después de la previa.
¡Caprichos de eso que llaman «progreso»!