Afuera, casas destruidas, árboles tendidos con sus raíces expuestas. En el interior, camillas que se alinean frente a mesas rebosantes de alimentos. En Rolling Fork, en el estado de Mississippi, donde un tornado sembró el caos y la muerte, se está organizando la ayuda a las víctimas y llegan voluntarios de pueblos cercanos.
Menos de 24 horas después de que el tornado azotara esa localidad del sureste de Estados Unidos, el viernes por la noche, la Cruz Roja local se instaló en un edificio de la Guardia Nacional.
Una habitación es utilizada como enfermería, una ambulancia está estacionada en la entrada y por el acceso posterior del local siguen arribando cajas repletas de barras de cereal o pañales para bebés.
“Estamos tratando de proporcionar a las personas un lugar para pasar la noche con comida y apoyo médico, para que puedan tener dónde descansar porque lo han perdido todo”, dice John Brown, gerente de la Cruz Roja para Alabama y Misisipi.
UN PEQUEÑO PUEBLO
Rolling Fork, de apenas 2.000 habitantes, “parece una zona de guerra”, como si hubiera “estallado una bomba”, continúa el funcionario.
Al menos 25 personas han muerto en Misisipi como consecuencia del pasaje del tornado.
Elijan o no permanecer en el centro de asistencia, los habitantes habrán podido informarse de la situación, alimentarse y recuperar un mínimo de fuerzas para afrontar el momento, añade Brown.
Es el caso de Anna Krisuta, de 43 años, junto a su hijo Álvaro Llecha, de 16, sentados una en una camilla, el otro en una silla, con bebidas energéticas azul eléctrico colocadas frente a ellos.
Su casa está “hecha pedazos”, afirma Anna Krisuta con una sonrisa valiente. Ambos sacan sus teléfonos móviles para mostrar el alcance de los daños, captados en video.
¿Pasarán la noche en este centro? No están seguros. Tal vez prefieran “dormir en el auto”, dice Álvaro, mirando a su madre con ciertas dudas.
El adolescente asegura que debe su salvación únicamente al hecho de que se escondió en el baño, la habitación que consideraba más segura de la casa.
DOLOR Y RABIA
“Pensé que me iba a morir”, cuenta angustiado, recordando más que nada el viento violento “que se precipitó por la parte inferior de la puerta” de su vivienda.
Llegada desde Vicksburg, a unos 70 km de Rolling Fork, la voluntaria Lauren Hoda no puede ocultar la mezcla de “tristeza”, “dolor” e “ira” que siente por la “injusticia” infligida a los habitantes.
“Cuando desperté esta mañana sentí ganas de llorar por la gente de este pueblo porque no creo que hayan tenido mucho tiempo antes de que pasara (el tornado). Había gente comiendo en el restaurante, familias en sus camas”, dice esta joven de 28 años que afirma haber ya vivido otro desastre natural importante: el huracán Katrina, en 2005.
Hoda pasó la noche del sábado en Rolling Fork llevando las donaciones recolectadas: agua, alimentos, conservas, pañales, toallitas, medicinas, desodorante, pasta dental, según enumera.
Jon Gebhardt, profesor asistente de ciencia militar en la Universidad de Misisipi, en Oxford -a unas tres horas de carro de Rolling Fork- dice que llegó en medio de la noche después del paso del tornado para ayudar a montar el centro.
Debido al “dolor y la angustia” qiue exteriorizaban los habitantes, “hoy lloré mucho”, admite. “Pero esta mañana, cuando me desperté y vi la generosidad y la capacidad de esta comunidad para unirse en un momento tan difícil” se sintió “afortunado de estar en Misisipi”.
¿La reconstrucción física y moral de la localidad podrá hacerse en unas pocas semanas? “No”, se responde. “¿Podrá esta población convertirse en una mejor versión de sí misma en los próximos años? Sí, eso sí lo creo”, sostiene confiado en la “resiliencia” del delta del Misisipi.