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A Josefina no la mato solo su tio

Por Osvaldo A. Bodean, publicado por www.elentrerios,com 

Ya está. La muerte de Josefina fue obra de un desquiciado, un enfermo mental. Que la Justicia lo condene, que se pudra en la cárcel y sigamos cada uno con lo suyo… Después de todo, no es asunto nuestro…

O como proponen algunos desde las redes sociales: «una bala bien gastada termina con su sicopatía». Trámite rápido, expeditivo, y ya podemos seguir con lo nuestro. Ya limpiamos la sociedad, nosotros, los puros.

Dicho de otro modo, fue un caso aislado y hay un único culpable. No nos rompamos la cabeza y, sobre todo, no molestemos a nuestra adormecida conciencia, preguntándonos por el condicionamiento que sufre la persona desde el entorno social en el que le toca crecer y el modo en que puede afectar gravemente su destino.

No. No pensemos en eso, no sea que nos obligue a revisar cuestiones de fondo. No sea que descubramos que ese entorno es modificable, que por acción u omisión depende de nosotros, que se lo puede cambiar con políticas públicas adecuadas y mayor compromiso ciudadano. En fin, no sea que concluyamos que ese entorno de indignidades acumuladas NO es una fatalidad.

¿No será que una maraña de carencias y miserias vapulearon la vida de Josefina desde su infancia antes de que Juan Carlos Acuña se aprovechara de su inocencia? ¿No será que ya era víctima antes de caer en las garras de su tío? Víctima invisible de males que preferimos no ver. ¿No será que ya la habíamos «desaparecido» desde mucho antes del 29 de Julio de 2015?

Un sólo dato para que se entienda. Josefina tenía 17 años. Todos mis hijos, a esa edad, estaban en el colegio, estudiando. O sea, lo normal, lo legal. ¿Y Josefina?, ¿iba a la escuela? Respuesta: No. No estaba escolarizada.

No me supieron precisar si terminó o no la primaria. Lo cierto es que en su mundo ya no había escuela. De hecho, no se vieron compañeritas de curso participando de las marchas. No las tenía.

¡¿Pero cómo?! La escolaridad es obligatoria en Argentina, ¿no? Y la última ley nacional de educación extendió esa obligatoriedad hasta el último año del secundario, ¿no es así? Y la asignación universal por hijo atada al certificado escolar fue presentada como reaseguro contra el abandono, ¿o recuerdo mal?

Claro, se dirá que la deserción de Josefina fue un caso aislado. Solo mirando estadísticas engañosas como las del INDEC podemos pensar así. Pero para quien camina los superpoblados barrios pobres de nuestras ciudades, es un caso más de miles.

El 95% de la población penal de la cárcel de Concordia ingresa sin estudios secundarios, y de ese 95% la mayoría posee estudios primarios incompletos y en algunos casos son analfabetos. Dato oficial.

Meses antes de su partida, el Padre Andrés Servin insistía en denunciar el abandono escolar, no ya en secundaria sino en primaria. ¿Por qué le preocupaba tanto? Es tan obvio que sólo un necio no lo ve… ¡Y es que somos tan necios! ¡Necios y egoístas! El cura veía cómo se degradaban velozmente las vidas de esos pibes que dejaban su banco vacío en el aula. Sin escuela, tienen el alma quebrada, definía.

Una niña-adolescente de un hogar muy pobre que deja la escuela termina en la calle y allí sólo un milagro la salva de las drogas, las armas, la prostitución, la trata, y todos los males que gobiernan la intemperie de la vida. Es como una plantita que antes de fortalecer sus raíces, su tronco y sus ramas, la abandonamos a su suerte en medio de un tsunami.

«Es la miseria, estúpido» la que asoma detrás de muchas Josefinas.

En los hogares de clase media, son pocos los padres que dejan solos a sus hijos en su casa durante media hora. Y si llegan a hacerlo, tal vez recurran al celular a cada instante para cerciorarse de que estén bien y volverán apurados para proteger a la cría. Y si deben salir a trabajar, buscan una niñera confiable que cuide a sus «cachorros de hombre».

Pero, ¿qué pasa cuando, por ejemplo, el papá es apenas un peón de la fruta o de la construcción y la mamá hace changas barriendo calles o casas? ¿Qué niñera pueden contratar con su magro salario? ¿Con quién queda esa pequeña que dejó la escuela a pesar de que una ley obliga a que esté en el establecimiento escolar?

La inmensa mayoría tiene la suerte de no cruzarse con un tío psicópata. Por eso, no se convierten en noticia, no hacemos marchas por ellas. Pero pocas logran zafar de prostituirse, de que les maten la inocencia, de que les asesinen la dignidad.

La fragilidad de sus familias, la falta de contención y educación escolar, la sociedad consumista refregándole objetos costosos por la cara que no se pueden comprar sin dinero, las hormonas convulsionadas de la adolescencia, algún adulto dispuesto a explotarlas y muchos señoritos de la alta sociedad yendo a pagar por tener sexo con ellas, son ingredientes de un cóctel explosivo del que no es fácil salvarse y al que, encima, se le agrega el negocio de las drogas.

Ni hablemos del incesto cabalgando a sus anchas en casillas indignas, de cachetes de madera mal clavados, donde duermen juntos padre, madre, y multitud de hijos e hijas, estas últimas embarazadas apenas asoman a la pubertad y sin saber siquiera qué pasó.

Pero mejor centremos todo en el psicópata. Es un modo de limpiarnos las culpas propias.

Tenemos experiencia en esquivar las esquirlas de la culpa y gambetear responsabilidades. Ya lo hicimos con los saqueos 2013: fueron 18 policías rebeldes y un grupo de inadaptados. Punto. Nada de pretender calar en las graves carencias socio económicas, educativas y morales que incuba una comunidad a la que le alcanzan unos pocos minutos de ausencia policial en las calles para que una horda de cientos y hasta miles de personas rompan y roben todo lo que encuentren a su paso. A ver si todavía nos vemos obligados a repensar todo, las políticas sociales, de educación, de empleo, etc. etc. Mejor bajemos el martillo sobre unos pocos culpables y listo.

«La cosa grave para un cristiano no es tener un alma mala (eso hace parte del juego, hace parte de la mecánica del Cristianismo), sino un alma habituada», dice el socialista francés Charles Peguy.

Para nuestra «alma habituada» a la miseria atroz en la que viven muchos de nuestros vecinos, es mejor cerrar el caso Josefina en el tío psicópata, prender la tele, mira una peli e irnos a dormir tranquilos.

Además, pobres ha habido siempre…

 

 

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