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El esquema cambiario del gobierno de Javier Milei y la comparación con la “tablita” de Martínez de Hoz


“Hoy hay tablita cambiaría. No me gusta. La de Martínez de Hoz fue un desastre, pero su final hubiera sido otro sin el segundo shock petrolero y sin la respuesta (a mi modo de ver desmesurada) de Paul Volcker. Cuidado con las comparaciones. La tablita de hoy puede durar”.

Tal un reciente posteo en la red X de Pablo Gerchunoff, cuya observación está calificada no solo por su recorrido como economista e historiador, sino también porque estudió y escribió abundantemente sobre políticas cambiarias, incluidas las hasta ahora fallidas (aunque al principio exitosas) experiencias de tipo de cambio fijo o preanunciado, como lo fue la de José Alfredo Martínez de Hoz –en 1979, cuando era ministro de Economía del dictador Jorge Videla– que cita en su posteo, y la actual, a la que le asigna chances de durar.

La observación fue incluso suscripta por Roberto Arias, quien integró el equipo económico de Martín Guzmán. “El éxito o no del programa va a depender en gran parte del contexto internacional, como otras veces en nuestra historia. Don Pablo sabe”, señaló el exfuncionario.

 

¿Atraso cambiario?

Muchos economistas profesionales denuncian “atraso cambiario” con sus efectos de encarecimiento del país en dólares, pérdida de competitividad-precio, aumento del déficit de divisas del turismo, achicamiento de la balanza comercial (que no obstante superó los USD 15.000 millones en 9 meses) y creciente dificultad para acumular las reservas que se necesitan para afrontar de la deuda pública en divisas, lo que a su vez juega en contra de la baja del riesgo país, suerte de termómetro de las posibilidades de éxito de la política económica oficial.

En su posteo, Gerchunoff marcó que a la tablita de Martínez de Hoz le jugaron muy en contra la revolución iraní de enero de 1979, que llevó el precio del petróleo a las nubes, y el fortísimo aumento de las tasas de interés que instrumentó Volcker para reducir la tasa de inflación en Estados Unidos, lo que le puso esteroides al dólar y dejó aún más fuera de juego la moneda argentina, que estaba semiatada a él.

Ahora, en cambio, las cosas serían diferentes. La Reserva Federal inició una etapa de baja de la tasa de interés en Estados Unidos y si bien el precio de materias primas como la soja están bastante por debajo del nivel que habían alcanzado hace un par de años, ahora la Argentina cuenta con el empuje de Vaca Muerta y la promesa de “minerales críticos”, como el litio y el cobre, que de aquí a unos años podrían engrosar fuertemente las exportaciones y el superávit comercial.

Potencial exportador (pero con mucha inversión)

Un reciente informe de la consultora Aleph, que encabeza Daniel Dreizzen, quien fuera secretario de Planeamiento Energético en el gobierno de Mauricio Macri, calculó que la Argentina podría llegar hacia fines de esta década a exportar petróleo y gas (incluido en la forma de GNL) por USD 28.000 millones anuales y llegar hacia 2040 a generar un saldo (en un escenario “alto”) por USD 54.000 millones.

Claro para que para eso debería haber inversiones durante el período cercanas a los USD 180.000 millones. Por otra parte, si avanzan las inversiones en cobre (que ya convocó el interés de BHP, la minera más grande del mundo, que se asoció a dos proyectos cupríferos en San Juan) y en litio (Río Tinto, la segunda minera más grande, pagó USD 6.700 millones por Arcadium Lithium, multinacional cuya principales operaciones litíferas están en la Argentina y ahora podría ampliar reacelerando proyectos), la minería podría multiplicar por tres y hasta por cuatro los poco menos de USD 4.000 millones de exportación por año actuales.

Según Gerchunoff, eso le da a la “tablita” actual más chances de éxito de las que tuvo la de Martínez de Hoz. “Al costado del tradicional país atlántico asoma otro, andino y patagónico, que lo complementa y lo coloca ante la posibilidad de un cambio en lo que ha sido su federalismo desigual y en lo que ha sido su estructura social. Plasmar estos sueños significaría una novedad: expandir exportaciones a un tipo de cambio real históricamente bajo, y por lo tanto compatible con un poco de felicidad popular. Hace algunos años llamé a este hallazgo ‘coalición popular exportadora’”, escribió en agosto en un artículo en La Nación.

En un estudio que realizó en 2003 con Lucas Llach, Gerchunoff había explicado que los programas de estabilización con tipo de cambio preanunciado tendían rápidamente a sobrevaluar la moneda, como ocurrió en el experimento de Martínez de Hoz, que no bajó la inflación ni produjo crecimiento y dejó una enorme deuda, y volvió a ocurrir con la convertibilidad que al menos –notó– quebró la inercia inflacionaria.

“Preservar ese logro póstumo debería ser un argumento más para mantener un sólido equilibrio fiscal”, sentenció entonces, cuando Néstor Kirchner llevaba apenas seis meses de gobierno. Pero el kirchnerismo, si lo leyó, no le hizo caso.

Peronismo monetarista

Gerchunoff, a quien le gusta señalar paradojas, hace poco describió la política económica de Milei como un “peronismo monetarista”: con énfasis fiscal y el cierre de la emisión monetaria logró un equilibrio recesivo dependiente de un “sesgo anti-exportador” y cierto proteccionismo, porque “sin retenciones y sin impuesto PAIS no habría alcanzado el equilibrio fiscal y le será muy difícil sostenerlo”.

Orlando Ferreres, que en la época de la tablita setentista era economista en Bunge & Born, recordó que en 1979, cuando intentaron explicar al equipo económico de entonces los problemas que el sistema cambiario generaba, no fueron escuchados. “Tenían una idea equivocada de la realidad económica. Yo sabía los problemas, por lo que me contaban los gerentes de Molinos, Grafa, Atanor, pero el gobierno no cedió”, recordó a Infobae.

¿Y ahora? Según Ferreres, el principal problema es que el nivel de inversión es muy bajo. “Ni cubre el nivel de amortización. La Inversión Bruta Fija cayó 25% interanual y la inversión es lo que se necesita para tener perspectivas de crecimiento”, señaló.

Por suerte el gobierno introdujo el Régimen de Incentivos para las Grandes Inversiones (RIGI, destacó, “pero las inversiones tienen que concretarse”.

“Hay que tener en cuenta que la amortización por sí sola es igual a 15% del PBI. Se necesita invertir eso simplemente para no perder capital productivo. Para crecer al 5% anual la Argentina necesita invertir el 25% del PBI: 15 puntos para cubrir la amortización y 10 puntos de aumento de capital”, explicó.

“Milei dice que es especialista en crecimiento económico, pero hasta ahora se concentró en la parte fiscal y en bajar la inflación. Tiene que concentrarse también en el crecimiento, y para eso se necesita inversión. Cortar la Obra Pública y dejar esas inversiones solo en manos privadas va a traer consecuencias. Por ahí pretende que funcione como en Estados Unidos, donde hay poca obra pública y los privados se hacen cargo. Acá algo así no se va a lograr de inmediato”, aseveró Ferreres. “El RIGI es muy bueno, pero tiene que pasar un tiempo para que los inversores vean que no habrá retroceso.

Claro que para eso, subrayó, “tendría que haber algo respecto del cepo, una restricción que frena mucho la inversión. Es lo que más nos preguntan en el estudio”.

Más allá de esos señalamientos, Ferreres ve señales positivas. “Las condiciones para salir del cepo están dándose. El tipo de cambio promedio de exportación ya está en $1.100 y las reservas están aumentando. Lo que no va bien es la parte de costos: crecen más que los precios de exportación, sobre todo para el campo. La soja bajó 35% respecto del promedio de hace dos años y paga retenciones del 33%, una barbaridad para un sector que produce sin subsidios”.

Por eso “se va haciendo notorio que para mejorar la inversión hay que hacer algo con el cepo: la reducción del impuesto PAIS en septiembre y la eliminación a partir de enero es algo muy bueno, pero lo que más importa es que haya un solo tipo de cambio, que se puedan sacar divisas y se eliminen las retenciones a la exportación. Esto último es lo más difícil, pero no imposible. El propio Milei dijo que se podrían sacar en el futuro”.

El pronóstico de la consultora de Ferreres, que tiene como economista asociado a Fausto Spotorno, exmiembro del Consejo de Asesores de Milei, es que el PBI caerá 3,5% este año, para crecer 4% el próximo, no muy lejos del 5% que figura en el presupuesto 2025. Y estima la inflación del año que viene en 30,2%, casi el doble que la proyección oficial, del 18,2 por ciento. “Suponemos que en el medio habrá unificación cambiaria, que implicaría una devaluación inicial y luego el tipo de cambio va a ser determinado por el mercado. El tipo de cambio de equilibrio al que llegamos basándonos en costos argentinos y de los países a los que exportamos es de $1.515, pero puede ser menor con entrada de capitales”, concluyó el consultor.

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