Estos últimos dos años han reforzado en mi cabeza la idea de un mundo caótico, donde las cosas suceden por los motivos más disparatados. Nuestra inmensa capacidad de justificar se relaciona íntimamente con la necesidad de previsibilidad, que como especie arrastramos de una existencia difícil. Desde principios de año estoy buscando definir la impresión que lo que está sucediendo en el mundo y en particular en nuestro país me genera. Es una idea que huye y no puedo aferrar, pero puede definirse de alguna manera con la palabra “caos”.
Opinión de Emiliano Damonte Taborda
Estos últimos dos años han reforzado en mi cabeza la idea del mundo caótico, donde las cosas suceden por los motivos más disparatados. Nuestra inmensa capacidad de justificar se relaciona íntimamente con la necesidad de previsibilidad, que como especia arrastramos de una existencia difícil. Nuestro pasado de carroñeros/ cazadores – recolectores ha hecho que desarrollemos una enorme capacidad de prever y planificar, pero también una sensacional capacidad de inventar razones y justificar eventos.
Nada hay más efímero que la vida. Es frágil y mutable. Las formas de vida que conocemos, de las cuales somos solo una más, son sencillamente apuestas casuales que tuvieron éxito en un contexto favorable. La vida no es sabia (no al menos de acuerdo a nuestro concepto de sabiduría), la naturaleza hace miles de millones de apuestas, perdiendo casi todas, y algunas pocas, muy pocas, tienen éxito por algún tiempo.
Desde principios de año estoy buscando definir la impresión que lo que está sucediendo en el mundo y en particular en nuestro país me genera. Es una idea que huye y no puedo aferrar, pero puede definirse de alguna manera con la palabra “caos”.
La gestión de la pandemia, la campaña de vacunación, las pruebas misilisticas de Corea del Norte, la posible invasión de Rusia a Ucrania, el acuerdo con el FMI, la tragicómica campaña electoral del Frente de Todos, los papelones de la oposición en el Congreso a fin de año, la carta de Cristina después de las PASO, el cepo a las exportaciones de carne, la sequía producto del cambio climático, los incendios forestales, el asteroide que podría chocar con la tierra en mayo, la inflación y el matambre que se me pudrió por el corte de luz, tienen todos un lugar común. Son todos elementos que forman parte de mi construcción mental de la realidad, una construcción que es solo mía y de nadie más. De alguna manera el mundo es como la ejecución en paralelo de miles de millones de construcciones mentales entrelazadas, pero finalmente independientes. Creo que la predominancia del caos, tiene que ver con la exacerbación del individualismo de los último 20 años, la caída de los símbolos que mantenían unidas estas visiones del mundo, tales como las religiones, la nación, las ideologías, la raza o el linaje, han dejado un vacío que aún no ha sido llenado por la conciencia de estar interconectados por un destino común con todo lo que se encuentra sobre la tierra.
Caos fragmentario de causas y efectos que se intercambian y se cruzan al infinito, a una velocidad cada vez mayor. La conciencia parece no tener chance de llegar antes del desastre, o tal vez llegue después.
2022 empezó como terminó 2021, estamos por ponérnosla en la frente pasado mañana. En “Lo que queda del día” (por oidmortalesradio.com.ar de 17 a 19, desde mediados de Febrero nuevamente) hace unos meses hablábamos de que el default y la debacle económica, estaban a 4 o 5 malas decisiones de distancia. Hoy creo que estamos a 1 o 2. Dependemos de las neurosis de Cristina, de la endeblez de carácter de Alberto, de la habilidad mediadora de Guzmán y de la claridad de concepto de la oposición (que no pudo sentar a todos sus miembros juntitos en una sola reunión), para que una buena decisión corte la racha y nos dé un poco de oxígeno.
Son días de incertidumbre, como todos siempre han sido, solo que ya no tenemos a Dios para ampararnos, ni a la Patria para guiarnos, ni una idea bajo la cual unirnos.
Cómo decía un viejo amigo: “Que Dios, que no existe, nos ampare.”