Están por todos lados. No hay diferencias sociales. Tienen entre 12 y 18 años. Plazas o parques son sus puntos de encuentro. Los caracteriza la violencia que ejercen y el consumo de drogas. Por Guillermo Acosta.
¿Qué tienen en común la plaza «Urquiza», en pleno centro de la ciudad; el Skate Park, en la costanera; la música del cantante de hip hop Fili Wey o las siglas como LVU que pueden observarse en Facebook?
Todos son parte de la vida cotidiana de silenciosos ejércitos que movilizan a cientos de jóvenes concordienses. Están aquí y allá, no distinguen clases sociales ni tampoco una ubicación geográfica en particular. Van del centro comercial de la ciudad a la costanera o se citan para una golpiza por una deuda impaga en pleno parque «San Carlos», el día de la Fiesta de los Estudiantes.
CONSUMO Y COMERCIALIZACIÓN DE DROGA
Tres datos claves: las drogas y su consumo son moneda corriente entre ellos. La violencia que ejercen entre pares y para los otros es una característica que los distingue. En pleno siglo XXI, las redes sociales (fundamentalmente Facebook, aunque también conectan vía Twitter y Whatsapp) funcionan como punto de contacto imprescindible para la compra y la venta. Allí también buscan la cohesión, ejerciendo violencia verbal, que muchas veces termina siendo física.
«En Concordia estas pandillas están en la mayoría de las escuelas» confió a El Entre Ríos alguien que sigue de cerca sus movimientos. No son simples grupos de amigos vinculados por gustos sociales y/o culturales similares. No son improvisados. Cada cual tiene su nombre: LVU es la sigla de «Los Vagos del Urquiza». La mayoría se identifica así. Otros prefieren nombres concretos: «Los Rayos», por ejemplo.
La portación de nombres se está institucionalizando, les otorga identidad. Eso lo acompañan con la portación de banderas y el marcado del territorio (hay que ver los grafitis que ponen en las paredes de los colegios, por ejemplo).
ANDAN ARMADOS
Poseen, además, un alto nivel de organización: en el sentido horizontal y vertical. Se cubren entre ellos, dependen de alguien generalmente mayor de edad, al que pocos conocen y que les provee drogas y, eventualmente, armas.
Portar un cuchillo o un revólver no es nada para ellos, «es como llevar un paquete de galletitas en la mochila», confió otra fuente consultada. En este sistema jerárquico puede observarse que algunos son mulas, mientras que hay otros que quieren ser pesados o cumplen otras funciones que su líder les va indicando. Por ejemplo: ser sus mensajeros.
«Todavía nosotros (los adultos) vemos todo con la carita muy simpática de los chicos, pero no sabemos cuáles son las vinculaciones con los tipos pesados de Concordia. Es todo un ejército. En potencial, son un ejército», advierte otra persona que accedió a dialogar con concordia.elentrerios.com.
LA CONTENCIÓN QUE NO TIENEN EN LA ESCUELA Y SU CASA
Cada ejército es heterogéneo: lo integran varones y mujeres de distintas escuelas (conviven jóvenes de las del centro con otros que van a las de la periferia).
La mayoría de los jóvenes (de entre 12 y 18 años) están escolarizados, aunque no todos concurren diariamente a las escuelas. Son discretos en sus comportamientos: no son del tipo de alumno que se distinga fácilmente por sus inconductas, como tampoco por su buen desempeño académico. No son extrovertidos, mayormente.
Saben buscar y captar cuáles son las debilidades afectivas de los adolescentes y eso es lo que explotan para sumarlos. Son aquellos que acuñan frases como «si me alejan del grupo, mi vida no tenía sentido». La pandilla le da una contención afectiva que no encuentra en otros ámbitos: familiares o escolares.
El punto de encuentro más emblemático es la plaza «Urquiza», también conocida como «la de los sapos», por las réplicas de cemento de esos anfibios que lanzan agua desde su boca en la fuente central. La plaza «Sol», sobre calle Entre Ríos; «La Zorra», modo en que llaman a la plaza «Zorraquín» en pleno barrio Lezca o el Skate Park de la costanera son otros lugares de contacto.
«Todos los adultos de Concordia pasamos por las plazas y cruzamos a centenares de chicos huérfanos, que tienen papá y mamá. O sea los vemos, pero hacemos como que no», cuestionó una tercera voz consultada.
Fuente: concordia.elentrerios.com
Autor: Guillermo Acosta