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Lo berreta, Wittgenstein, y los límites de nuestro mundo / Por Emiliano Damonte Taborda

Berreta es la palabra que define esta etapa de la Argentina, de poco vuelo, cortita, ignorante y a merced de los vivos de siempre; la posverdad ha tomado todo como un tumor implacable y ya no hay espacios seguros, solo nos salvará un profundo y filoso espíritu crítico y la incomodidad; Wittgenstein y los límites del mundo posible 

 
El gigantesco Ludwig Wittgnestein
El gigantesco Ludwig Wittgnestein

Guerreros derrotados

Imagino que un escándinavo, por ejemplo, tendrá marcada su existencia por palabras relacionadas con el frío, los bosques, las largas noches invernales, los miedos sublimados a través de leyendas de oscuridad y hielo, o la belleza explosiva de las primaveras boreales. Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo, dice Ludwig Wittgenstein apenitas al principio de su Tractatus logico-philosophicus. “Berreta” es una palabra que introdujo en mi vocabulario mi amado Pablo Murúa hace varias décadas, cuando yo era apenas un niño, y extendió los límites de mi mundo. El “berreta” que me enseñó Pablo es un berreta sórdido, absurdo de un absurdo estúpido, sin belleza, sin encanto alguno, irredimible, pero sobre todo inarrestable. En la filosofía de lo berreta de Pablo estaba implícita la tragedia final de un mundo berreta y, como tal, sin redención posible. Reírse de esto era una actividad trágica de guerreros derrotados que a mi me divertía mucho. 
 

Una realidad berreta, la advertencia de Wittgenstein

El nivel de nuestras discusiones marca el nivel de nuestra sociedad, es algo que vengo pregonando hace rato. Este es un país en el que se discute si un presidente que lideró una organización que se afanó un PBI entero, tiene que ir en cana o no (lo había resuelto Hammurabi hace 3750 años); y en el que una piba que llega a ser Diputada de la Nación va a llevarle galletas horneadas a Suárez Mason, Guglielminetti y Astiz sin tener ni puta idea de quienes son; un país en el que se discute si Maduro es un Dictador o no; un país que se emociona con el verso de Victor Hugo Morales o con los chupines de Elón Musk; un país que se hace el sorprendido cuando un periodista imprudente lo despierta a la cruda realidad de que en el noreste argentino se comercia con vidas humanas desde siempre (la gente iba a “adoptar” pibes a Formosa, Corrientes y Misiones, de toda la vida); Cristina va a disertar en México sobre “Realidad político y electoral de América Latina”, me pregunto de qué se va a disfrazar para hablar de Maduro; Lijo Juez de la Corte Suprema??? Es joda!!!!!!!???? Alberto Fernández habla desde España y lo levantan los medios!!!!!!!!!!!!!! ¿Dónde vive ese señor?  

De lo que no se puede hablar, es mejor callar. Esta es la últma proposición del Tractatus. Wittgenstein dice que ya que las palabras son el límite de nuestro mundo, es inútil intentar hablar de algo sobre lo que no hay palabras, es decir, aquello que está afuera del mundo, hacerlo sería incurrir en un sinsentido lógico. A partir de esta idea del austríaco, se me genera una angustia agobiante. Ocupados en discutir tan bajo y con un “vocabulario” tan estrecho, estamos definiendo las fronteras de nuestro mundo posible, más allá del cuál, es inútil hablar. Nuestro mundo posible de hoy se puede definir con una palabra, que mi amigo Pablo me enseñó cuando era todavía un niño: Berreta. 

Doloroso despertar

Yuyito en el Colón, de blanco una noche lluviosa de invierno, produjo una epifanía, una revelación dolorosa. El futuro distópico que Pablo me pintaba, en el que todo iba a ser berreta, ya ha llegado, está con nosotros y no se va a ir. La belleza ha perdido la guerra. Hoy duele un país que se ha especializado en la industria de la posverdad y en el que el principal producto autóctono es el relato. Esto sucede de un lado y del otro de todas las grietas que se han abierto. Hoy todo es berreta, todo es barato y decadente. Reina la sordidez y nos hemos acostumbrado, nos hemos acomodado a un mundo peor que feo, berreta, de cuarta. 

Salutación

Les auguro incomodidad, espíritu crítico, acidez estomacal, que se les rompa el sillón, el banquito o la reposera, les auguro dolor de ancas e inflamación del ciático para que no se queden tranquilamente sentados en los miedos del pasado, los relatos del presente y las promesas del futuro, para que sea posible ampliar nuestro vocabulario y con este, los limites de nuestro mundo.  Hoy este es el filosófico augurio de El Aguijón, que se hinchó las pelotas de tanta pequeñez
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